El análisis de la información obtenida en la intervención de 1970 llevó al convencimiento de que la bancalización de estos huertos había respetado los niveles arqueológicos preexistentes. Esta certeza, junto a la valiosa documentación escrita de los siglos XIV al XVI, en la que se describe el populoso asentamiento de Agáldar, justificó el interés de iniciar un programa pluridisciplinar de documentación, salvaguarda y puesta en valor de este excepcional conjunto.
En el año 1987 se iniciaron los trabajos de excavación. Desde entonces se han realizado quince campañas de excavación, que han supuesto la actuación sobre una superficie de más de 6.000 m2. Fruto de esos trabajos de investigación, la Cueva Pintada se ha transformado en uno de los asentamientos prehispánicos más importantes de Gran Canaria, en el que la aislada cámara decorada aparece ahora rodeada por un poblado prehispánico de más de sesenta casas y cuevas artificiales.
Los distintos sistemas de datación empleados (radiocarbono, paleomagnetismo, termoluminiscencia) han permitido fechar este yacimiento entre los siglos VI al XVI.
En efecto, tras la conquista de la isla, el asentamiento indígena pervivió algún tiempo hasta su total abandono. Ya en el siglo XVIII, este espacio experimentó los primeros acondicionamientos agrícolas.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la labor de bancalización fue la responsable del aspecto con el que esta manzana urbana llegó hasta los años ochenta del pasado siglo, momento en el que se iniciaron los trabajos de excavación.
La Cueva Pintada
La realización de estas pinturas murales requería una técnica depurada, que comenzaba preparando la pared para disponer de una superficie homogénea. Se tapaban las fisuras que se intercalan entre los estratos de la toba mediante un llagueado de mortero y, a continuación, se enlucía la superficie con un preparado de arcilla
Seguidamente, y en el caso concreto de los paneles de la Cueva Pintada, se realizó un boceto de la composición, sobre el que se aplicarían los distintos colores. Previamente se humedecía ligeramente la pared, lo que aumentaba la absorción y adherencia de los mismos. Las pinturas se aplicaban directamente con los dedos o bien con la ayuda de pinceles, probablemente fabricados con pelo de cabra o juncos.
Las materias colorantes utilizadas eran de origen mineral (almagres, arcillas oxidadas para el rojo y finas arcillas blanquecinas para el blanco). En cuanto al color negro que se aprecia en los paneles, no se trata de un pigmento, sino del oscurecimiento natural de la propia toba.
Según los datos arqueológicos disponibles, parece que el complejo troglodita adquirió su aspecto actual con posterioridad al siglo XII, momento en que debió realizarse el panel decorado de la cámara policromada.
Aunque decorar las paredes de las viviendas, de las cámaras funerarias o de los centros ceremoniales fuera algo habitual en la cultura aborigen, los frisos polícromos de la Cueva Pintada son, sin duda, el más complejo ejemplo de pintura mural indígena de Gran Canaria.
El carácter excepcional del este panel, dotado de un ritmo y una simetría hoy por hoy únicos, junto al ámbito ritual al que se asocia, nos llevan a pensar que nos encontramos ante auténticos ideogramas. Para algunos investigadores estos pueden relacionarse con un sistema de medición y cálculo del tiempo, un elaborado calendario lunar y solar que se basaría en la combinación de series organizadas a partir del número 12 y en la alternancia del rojo, el blanco y los espacios sin pintar.
Estos conocimientos astronómicos eran acaparados por los más destacados miembros de la “nobleza” isleña (los fayzagues), quienes, como ocurre con muchas otras sociedades agrarias o agro-pastoriles, justificaban su preeminencia social en el monopolio de los conocimientos, las creencias, las tradiciones míticas y los rituales indígenas.
Con todo, tanto los datos arqueológicos y algunas crónicas parecen coincidir en que este complejo rupestre de la Cueva Pintada es un ámbito singular, a la vez residencial y funerario, muy probablemente ligado a alguno de los linajes aristocráticos indígenas. Si creemos al doctor Marín de Cubas, el único en transmitir esta información, es posible que, como en otras sepulturas, en este espacio tuvieran asimismo lugar, de manera regular, ritos consistentes en ofrendas de alimentos a los difuntos o tal vez en banquetes fúnebres. Está claro que la ubicación de todo este complejo va a determinar la implantación, casi seguro en función de una vinculación gentilicia, de las viviendas del caserío, configurando así un espacio de habitación marcadamente celular, con aglomeraciones verosímilmente ocupadas por grupos de parientes reales o sociales.
El Poblado
Las distintas campañas de excavación han puesto al descubierto alrededor de la Cueva Pintada un abigarrado caserío que, de forma escalonada, se va distribuyendo desde el fondo del barranco hasta el actual centro histórico de la ciudad, constituyendo uno de los barrios que configuraban el Agáldar prehispánico.
Dentro del poblado, las casas se ordenan siguiendo las líneas de menor pendiente de la montaña y, en algunos casos, se unen unas a otras formando bloques compactos de viviendas a partir de los cuales se articulan las vías de circulación en el interior del caserío.
En este caserío se han podido establecer dos períodos de ocupación: el primero se extiende desde el siglo VI hasta el XI y el segundo desde el siglo XIII hasta el XVI, cuando ya ha culminado la conquista de la isla.
Por lo que respecta al modelo constructivo de las viviendas, se trata, fundamentalmente, de casas de planta cuadrangular rodeadas exteriormente por un muro de diseño circular. Interiormente presentan una o dos alcobas laterales, abiertas hacia el sur a través de un pequeño corredor de acceso. Estos servían probablemente de lugar de descanso. Los cubrían con ramajes, con pieles y esteras. En la mayor parte de las casas estos espacios presentaban las paredes pintadas de rojo y a veces también el suelo.
La roca se recorta para que sirva de apoyo a los muros, y también se explana para que forme los pisos de las casas, que estaban cubiertos de tierra apisonada y, a menudo, de morteros ocasionalmente coloreados con almagre.
La composición de los muros es variable, ya que, junto a las numerosas casas con paramentos enteramente construidos con piedras de basalto, aparecen algunas viviendas con paredes de sillares de toba perfectamente trabajados. La práctica totalidad de las casas conserva restos de mortero y pintura de diversos colores que se empleaban en la decoración tanto de las alcobas laterales como de la habitación principal. Las piedras se sujetaban con un mortero de barro y con calzos de piedra.
Para los techos, empleaban vigas de madera que posteriormente cubrían con lajas de piedra sobre las que colocaban tierra y barro.
En la zona central aparecen restos de un hogar donde se recuperan carbones y cenizas, y los restos relacionados con la preparación y consumo de alimentos (semillas, huesos de animales, restos de peces, lapas y burgados).
En el interior de algunas de las casas se han recuperado parte de los ajuares domésticos que estaban conformados por recipientes cerámicos para almacenar y preparar alimentos, molinos que servían para moler el grano, herramientas de piedra para llevar a cabo variadas tareas, esteras y recipientes hecho de fibras vegetales.